Descreídos Miércoles, 4 noviembre 2015

Pequeños consejos para no ser crédulo

Escribe: Adrián Núñez F., director de la SSH

La lectura de Mitad monjes, mitad soldados, de Pedro Salinas y Paola Ugaz, y los posteriores testimonios que han visto la luz estos días, nos han permitido conocer un poco del horror de los métodos de persuasión y engaño practicados por el Sodalicio de Vida Cristiana. Pero esa congregación no es el único caso. En honor a la verdad, diferentes grupos religiosos han desarrollado diferentes métodos de persuasión, como reunir periódicamente a las personas de una congregación para contarse sus testimonios y luego hacerles sentir la admiración del grupo, especialmente a quienes han manifestado estar más cerca de la divinidad (sin importar cuán ridículos puedan ser estos testimonios si se analizan); o los sistemas de superación de niveles utilizados por algunos grupos con fachada un poco más secular, que a veces se venden como cursos de filosofía o coaching.

Estos son practicados a diario sin control alguno, y afectan la vida de muchas personas al hacerlas menos funcionales para la sociedad y más dependientes de su grupo. Una persona que ya haya caído totalmente en algún grupo con estas características quizás ya tenga un sistema de creencias dañado, y seguramente no tendrá posibilidad de sacar provecho alguno de esta lectura. Para todos los que aún conservamos una duda saludable sobre nuestras creencias, examinar de dónde vienen y qué las sostiene puede ser un ejercicio muy enriquecedor.

Cuidado con las lavadoras de cerebro.

Cuidado con las lavadoras de cerebro.

Todos creemos

Entre las personas más racionales y las más dadas a albergar creencias sin filtros ni análisis hay un enorme espectro, pero ninguna está libre de creencias. La tendencia a albergar creencias sin fundamento es multifactorial (carga genética, ambiente, lesiones cerebrales, etc.). Por su parte, dice Michael Shermer que el cerebro es una máquina de hacer creencias, y esto es fácil de comprobar. Nuestros sentidos nos brindan información siempre incompleta, que nuestro cerebro tiene que rellenar para generar una versión congruente de la realidad, y solemos creer que esta información inventada es un calco del mundo real. Por esto nos sorprenden tanto las ilusiones ópticas, los trucos de magia y las comprobaciones empíricas de teorías científicas que son contraintuitivas.

El giro frontal inferior derecho permite detener o reemplazar procesos mentales poco deseables. Una menor actividad de esta región podría estar relacionada a la tendencia a encontrar patrones donde no los hay. En un estudio del 2012 se encontró que los escépticos tienen una mayor actividad en esta región que quienes creen en lo sobrenatural. http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/22956664

No deberíamos estar absolutamente seguros de nada

En la práctica, sí podemos. No dudamos de cosas triviales, como los resultados de operaciones matemáticas sencillas. También hay situaciones en que a la vez tenemos certezas absolutas e incertidumbre (imaginemos un juego en el que tengamos una bolsa con una ficha con cada letra del abecedario español, y tengamos que adivinar si al sacar una a ciegas, esta será una consonante o una vocal: no tenemos certeza de que saldrá una u otra opción, pero sí podríamos decir que es totalmente cierto que deberíamos decir que la ficha será una consonante, pues con esta opción tendremos más posibilidades de acertar). Sin embargo, en sentido estricto ninguna certeza es absoluta, porque no podemos demostrar la inexistencia de un genio maligno (o demonio) cartesiano (Descartes creó la idea de un hipotético genio maligno que ha dispuesto el mundo de tal manera que creemos tener la razón cuando estamos equivocados, como no es posible demostrar la inexistencia de este ser, hasta la matemática estaría en duda), o de la vida en una matriz engañosa, o de nuestro cerebro en una cubeta (experimento mental creado por Hilary Putnam en el que un cerebro está sumergido en un líquido y conectado a una supercomputadora que le provee de todos los impulsos como si se trataran de la misma realidad; el cerebro no tendría cómo saber que vive en una simulación), o de nuestra locura. No faltará el que diga que “no podemos estar absolutamente seguros de nada” es a la vez una afirmación absoluta, por lo que esta sería una contradicción. Pero la misma percepción de contradicción podría ser sembrada por un demonio cartesiano. No podríamos, tampoco, estar absolutamente seguros de esta afirmación.

El cerebro en una cubeta conectado a una supercomputadora, no podría distinguir sus percepciones de la realidad.

El cerebro en una cubeta conectado a una supercomputadora, no podría distinguir sus percepciones de la realidad.

¿Hay que dudar de todo?

Si no podemos demostrar que no estamos locos o que no exista un demonio cartesiano, ¿deberíamos dudar de todo? Mi respuesta es que no. Más que notar que la afirmación “hay que dudar de todo” se contradice porque implica que también dudemos de ella (o como notó Descartes, podemos dudar de todo, excepto de que estamos dudando), el escepticismo radical (dudar de todo), de ser posible, no conduciría a nada útil. Sí hay utilidad en la duda razonable, es decir, en la observación analítica o reflexiva de la realidad. Podemos dar por ciertas las afirmaciones que han pasado por un filtro racional, por inciertas las que tengan insuficiente evidencia a su favor y por falsas las que sean erróneas o innecesariamente complicadas. Estas certezas son provisionales, aunque no por ello menos sólidas. Pero más importante que estas conclusiones es el método que hayamos seguido para llegar a ellas. A esta actitud de duda metódica (no radical ni absoluta) la llamamos escepticismo metódico o simplemente escepticismo, y a los que la practican, escépticos.
El escéptico dirá que si bien no es posible demostrar la existencia de un demonio cartesiano, por un lado no hay motivos para pensar que tal ser realmente exista, y por otro, una explicación de la realidad es mucho más parsimoniosa sin la existencia de ese ser, por lo que lo más correcto es pensar que no existe.
Entonces, el escéptico no es el que duda de todo, sino que también tiene creencias, pero intenta que estas tengan fundamento. No es una postura escéptica, por ejemplo, dar por falsas las explicaciones comunes sobre el calentamiento global, el holocausto nazi o la llegada del hombre a la Luna, porque las negaciones de estas explicaciones son posturas conspirativas e ideologizadas que van contra las explicaciones que tienen mejor evidencia a su favor. Aunque los proponentes de estas teorías conspirativas se hagan llamar escépticos, estos serían en realidad ejemplos de escepticismo radical o negacionismo, una forma de pensar opuesta al escepticismo.

El Perú tiene su propia teoría conspirativa: el radio observatorio de Jicamarca.

El Perú tiene su propia teoría conspirativa: el radio observatorio de Jicamarca.

¿Cuánto pensamos sobre nuestras creencias?

Mientras que las comunidades de personas que adoptan estas teorías conspirativas seguramente sí piensan sobre sus creencias (aunque su método es incorrecto), es probable que la mayoría de personas piense muy poco o nada acerca de por qué cree lo que cree. Si, por ejemplo, las creencias religiosas fueran resultado de un análisis comparativo de las distintas cosmovisiones en la historia, esperaríamos ver una distribución religiosa más o menos pareja en el planeta. Pero lo que vemos es que la distribución geográfica e histórica de las religiones corresponde a una adquisición general de las creencias religiosas por simple herencia familiar.
Lo que sucede en la realidad es que primero adquirimos nuestras creencias, y luego buscamos razones para justificarlas. A este proceso se le llama racionalización.

Tres principios

Al conversar con personas de muy fuertes convicciones religiosas o ideológicas, o sea, personas que tienen una estructura doxástica cerrada (doxa = creencia común, opinión), uno generalmente nota en ellas un método pobre de discriminación de ideas buenas y malas. Es decir, una epistemología defectuosa (episteme = conocimiento, creencia justificada). Hay tres principios que suelen estar ausentes, ser mal entendidos o aplicados sólo a asuntos poco relevantes:

  1. La carga de la prueba. Si cuando afirmo que mi vecino es culpable de un delito, yo tengo el deber de probarlo, igualmente quien afirma la existencia de una entidad o propone una explicación determinada para un fenómeno, tendría que poder probar lo que dice, y otra persona no tiene la responsabilidad de probar lo contrario para refutarlo. Intentar invertir la carga de la prueba se conoce en derecho como probatio diabolica (la prueba del diablo). Esta práctica es tan incorrecta en derecho como en cualquier tarea de búsqueda de la verdad.
  2. El balance de la prueba. Si afirmo que he recibido una llamada de la compañía de teléfonos para ofrecerme un servicio de llamadas de larga distancia, no es esperable que presente una evidencia muy fuerte que respalde lo que digo (porque esto es muy común), pero si afirmo que la llamada que recibí es en realidad de una persona del futuro para darme una información que no puedo revelar, no podré esperar ser tomado en serio si no presento evidencias tan extraordinarias como la afirmación que acabo de hacer. Afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias.
  3. El principio de parsimonia. ¿Es tu explicación también válida, pero más simple que la mía? Entonces, es bastante más probable que la tuya sea la válida. Esto se conoce como navaja de Ockham.

El balance de la prueba, explicado por Sagan.

Decir “no sé”

A la ausencia de los tres principios epistemológicos mencionados arriba, un rasgo muy común que se suma es el rechazo a aceptar que algo no se sabe. Decir “no sé” cuando no se sabe algo debería ser visto como una virtud, pero esto no puede darse cuando uno prefiere ganar un argumento a ganar conocimientos. Lo contrario de aceptar que uno no sabe algo es pretender saber lo que no se sabe. Peter Boghossian propone el ejercicio de reemplazar la palabra fe por “pretender saber lo que no se sabe” para empezar a sincerar lo que hay detrás las afirmaciones basadas en fe. Por ejemplo, reemplazar “tengo fe en el alcalde” por “pretendo saber cosas que no sé sobre el alcalde” o “la fe mueve montañas” por “pretender saber lo que no se sabe mueve montañas”. Si la fe es un concepto que solemos usar para enmascarar nuestra ignorancia, sugiero que pensemos qué hay detrás de cada una de nuestras afirmaciones de fe.

Como Descartes, tira todas las manzanas podridas de la canasta hasta quedarte solo con las buenas. Es lo que debes hacer con tus creencias.

Como Descartes, tira todas las manzanas podridas de la canasta hasta quedarte solo con las buenas. Es lo que debes hacer con tus creencias.

¿Tengo la capacidad de corregir mis errores y cambiar de creencias?

Esta es una pregunta que cada uno debería hacerse. Si estoy seguro de que mis creencias son inamovibles y de que todo el que piense distinto está equivocado, es probable que tenga un sistema de creencias dañado, y quizás irreparable. De alguna manera, esto me haría una persona disfuncional, o sólo funcional dentro de un grupo de personas que crean exactamente las mismas cosas que yo. Pero quienes tienen al menos breves destellos de duda, conservan una puerta abierta que conecta su sistema de creencias con el mundo exterior.
Considero que siempre es una buena idea poner las propias creencias en duda, o simplemente mantener abierta la posibilidad de que podamos estar equivocados. Pero más provechoso que esto me parece pensar seriamente cuánta certeza le damos a nuestras creencias, de dónde vienen, cómo las adquirimos, y luego de haber pensado si el origen de nuestras creencias y el método que usamos para mantenerlas son válidos (de verdad válidos), repensar el grado de certeza que le damos a estas creencias. Es casi imposible que una idea sea correcta si tiene un origen dudoso y se sostiene con una epistemología equivocada. ¿Creemos en alguna explicación del mundo por tradición, autoridad o revelación? Por lo menos sepamos que estas son malas razones para creer.
Aunque no tuviéramos compromiso alguno con la búsqueda de la verdad y no nos interesara ni un poquito mejorar nuestra manera de pensar, deberíamos, por lo menos por amor propio o por vergüenza, dudar e ir corrigiendo nuestras creencias en el tiempo. Porque, así como quien anda por la calle con el cierre abierto, cuando una persona racionaliza sus creencias, todo el mundo lo nota.

"En el momento en que declaras que un conjunto de ideas es inmune a la crítica, la sátira, el escarnio o el desprecio, la libertad de pensamiento se vuelve imposible". Salman Rushdie

«En el momento en que declaras que un conjunto de ideas es inmune a la crítica, la sátira, el escarnio o el desprecio, la libertad de pensamiento se vuelve imposible». Salman Rushdie

Puedes revisar algunos de nuestros programas relativos a este tema:
Para Normales de la Noche: ¿Por qué creemos cosas tan extrañas?
La Manzana Prohibida: ¿Qué diferencia hay entre la ciencia y el sentido común?
Parte 1
Parte 2