Descreídos Viernes, 30 septiembre 2016

La película sobre el «Figari chileno» que no te puedes perder

El estreno ayer jueves 29 de la recomendable película chilena El bosque de Karadima motiva algunas siempre necesarias reflexiones sobre lo que significa hacer cine en Latinoamérica, más aún sobre temas tan escabrosos. Y de paso, no olvidar que los responsables de los hechos retratados aún no están recibiendo su merecido.

Cualquiera que haga pecar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si le hubieran atado al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y lo hubieran echado al mar.
Marcos 9, 42

Escribe: Iván Antezana Q., Director de la SSH

Como si existiera alguna clase de conspiración, los recientes años de esta década están viendo la eclosión de innumerables casos de pederastia y abusos sexuales por parte del clero católico en todo el mundo. La exposición mediática era demasiado obvia para ser pasada por alto por la industria del cine, de modo que luego de algunos telefilmes, los estrenos en la pantalla plateada empezaron a inicios de la década del 2000 a configurar el subgénero de la pederastia sacerdotal.

Estrenada en Festival de Cine de Lima el 5 de agosto de este año, esta importante película chilena llega al circuito comercial, sólo en una sala de Larcomar. Para no perdérsela.

Estrenada en el Festival de Cine de Lima el 5 de agosto de este año, esta importante película chilena llega ahora al circuito comercial, sólo en una sala de Larcomar. Para no perdérsela.

Repasemos brevemente. Ya en 1990, el telefilme Judgment (Fe en la justicia) de HBO llevó al cable el caso del padre Frank Aubert, quien abusó de varios niños en su congregación de Louisiana. Le siguió en 1992 The Boys of St. Vincent (Los niños de San Vicente), con el caso de abusos sistemáticos en un orfanato de Newfoundland, Canadá. Tuvo una segunda parte, relacionada con el juicio a los responsables. Bajo el formato del documental, en 2006 se estrenó en cines Deliver Us From Evil (Líbranos del mal), que siguió los detalles del caso del padre Oliver O’Grady, a quien la iglesia católica transfirió a diversas parroquias en los años 70, en su afán de ocultar las docenas de violaciones a niños que cometió. Otros documentales han explorado en general temas como la pederastia (Mea Maxima Culpa, 2012) o el celibato (Celibacy, 2004). Y por supuesto, ha habido varios largometrajes y telefilmes de ficción inspirados en estos casos, como Doubt (La duda, 2008). Cuando el filón parecía agotarse, el año pasado se dio el importante estreno de Spotlight, largo que recrea el proceso de publicación de las denuncias contra la iglesia de Boston, y que a inicios de este 2016 obtuvo el premio Oscar a mejor película.

En Latinoamérica
El mexicano Carlos Carrera dirigió en 2002 El crimen del padre Amaro, sobre la base de la novela homónima escrita por el portugués Eça de Queiroz en 1875. La película fue todo un éxito de taquilla, a pesar de ser una historia ficticia. Quizás obró en su favor que por esa época empezaba en México a reventar el escándalo de la orden de la Legión de Cristo, cuyo fundador, Marcial Maciel, fue acusado de abusos sexuales, asesinatos, hijos ocultos, adicciones y plagios editoriales. Toda una joya, pero gracias a sus sustanciosas y frecuentes donaciones a El Vaticano, el papa Juan Pablo II lo tenía entre sus favoritos y lo defendió a capa y espada. Sólo la muerte del polaco llevó a que la iglesia dirigida por Ratzinger condenara a Maciel a «vivir una vida de oración y penitencia», sin ejercer funciones sacerdotales, pero sin responder ante la sociedad civil. ¡Qué gran castigo!
A imagen y semejanza de Maciel, el caso de Fernando Karadima remeció la opinión pública chilena hace unos seis años. Se trataba de una de las mayores figuras del clero conservador de su país, incansable lobbyista por la marginación de todos los sacerdotes de izquierda en los procesos de promoción eclesiástica. Su eficiente labor en la captación de donaciones de las clases altas llevó gran prosperidad a su parroquia. Parecía impensable que tan carismática personalidad fuera un depredador sexual. Sin embargo, Martín Lira tenía conocimiento de tales hechos desde un tiempo antes, debido a sus vínculos con una de las víctimas.

Dentro del bosque
Hombre de teatro y particularmente proclive a retratar situaciones de abuso de poder, Lira abrigó la idea de llevar al caso a la pantalla grande. Pero cuando empezó a desplegar sus contactos, descubrió que no iba a ser una empresa sencilla. Por ejemplo, varias docenas de iglesias le fueron negadas como locaciones, y el inicio de la producción tuvo que ser postergado tres meses, con la consiguiente pérdida monetaria y de actores, que debían seguir con sus agendas.

Pedro Campos (Thomas Leyton joven), Benjamín Vicuña (Thomas Leyton adulto) y Luis Gnecco (Fernando Karadima) posan frente a un retrato del verdadero Karadima.

Pedro Campos (Thomas Leyton joven), Benjamín Vicuña (Thomas Leyton adulto) y Luis Gnecco (Fernando Karadima) posan frente a un retrato del santo jesuita chileno Alberto Hurtado.

Sin embargo, así como hubo esperables resistencias, también se dieron circunstancias que convencieron al director de la factibilidad de llevar el proyecto a buen puerto. Los actores se reengancharon a pesar de sus otras obligaciones, y un sacerdote cuyo nombre se mantuvo en entendible reserva cedió el uso de su iglesia durante 36 horas, desde las diez de la noche de un domingo hasta temprano por la mañana del martes siguiente, aprovechando que las iglesias no atienden los lunes. «Fue una locura», comenta Lira, «reunir a todo el equipo, más doscientos extras, y filmar 28 escenas de corrido».
En el aspecto técnico, estamos ante un filme impecable, con gran calidad de imágenes, montaje y sutiles efectos fotográficos para reforzar la emotividad de ciertas situaciones. Además, el cambio entre los espacios abiertos y cerrados, los planos donde los escenarios nos dan idea de la atmósfera social donde se desarrolla la historia, o las tomas muy cerradas para enfatizar las emociones de los actores, son parte de un lenguaje visual ágil muy necesario para no perder la atención del espectador frente a una temática dura y pesada de por sí. Cabe mencionar que el director de fotografía es Miguel Ioann Littin, hijo del cineasta chileno a quien García Márquez hizo protagonista de una de sus crónicas.
En cuanto a lo narrativo, estamos sin duda ante un filme equilibrado, que muestra lo que necesita mostrar para que el espectador no se vea sorprendido por el lado depredador del «santito» (como era conocido Karadima en su entorno), pero al mismo tiempo sin cruzar la línea del morbo que usa el escándalo como único argumento de venta. Las actuaciones permiten mantener el control de la historia y de lo que se busca narrar. Aunque quizás en la vida real los involucrados hayan tenido reacciones más fuertes, la sobriedad interpretativa del elenco impide que el filme caiga en excesos telenovelescos.
Estamos, sin duda, ante una película valiente y valiosa, en especial en un subcontinente considerado como uno de los últimos bastiones del catolicismo (junto con África), que presenta sin duda un contexto muy complicado para el desarrollo de proyectos de este tipo. Y más aún, con tan buenos resultados.
Pero el proyecto ha sido manejado mucho más seriamente de lo que la fina factura del largometraje nos deja ver. En realidad, la filmación se hizo pensando en un plan de 200 minutos de edición final, con el objeto de producir una miniserie televisiva con calidad de cine. El corte de 98 minutos para el largometraje para salas fue sólo el primer paso. Estrenado en Chile en abril de 2015, estuvo también en Argentina por asuntos de coproducción. Lo tuvimos acá por vez primera en el Festival de Cine de Lima, en agosto de este año. Los derechos de la película ya han sido negociados con la plataforma Netflix, que la difundió primero en los EUA, y que en Latinoamérica estará disponible una vez haya pasado el estreno en salas.
El segundo paso fue la edición de una miniserie, que en setiembre de 2015 debutó en la televisión chilena con unos impresionantes quince puntos de rating para sus tres episodios de 60 minutos cada uno. El metraje mucho más extendido permitió trabajar más temas, en contraste con la película, que se centra en la historia y la lucha interna de Thomas Leyton. Este personaje fue modelado mayormente a imagen de James Hamilton, el primer denunciante que salió al frente en la vida real. Según nos contó el director Lira, la miniserie será motivo de una negociación independiente, de modo que por ahora el circuito internacional está limitado a la película.
El bosque de Karadima ya se encuentra en proyección comercial en Lima, exclusivamente en la sala Cine Arte del complejo UVK Larcomar. Si con lo dicho hasta ahora aún no se entiende que se la recomendamos a todos nuestros lectores, es momento de hacerlo explícitamente.

Martín Lira, director de la película, el día del estreno en Larcomar. Este es su tercer largometraje para Productora Ocio, y ya espera que su ciclo termine para enfocarse en otros proyectos. En la fase de guion nació su primer hijo, y durante el rodaje nació su hija. La llegada de ambos en medio de este proyecto en particular le hizo pensar no sólo en que no le gustaría verlos sufrir experiencias como las relatadas en la película, sino en la importancia de ella para sacar los casos a la luz y limpiar a la iglesia de esos personajes, sean cuantos sean. Formado como católico, piensa que ese debe ser el camino en estos casos. Dios lo oiga.

Martín Lira, director de la película, el día del estreno en Larcomar. Este es su tercer largometraje para Productora Ocio, y ya espera que su ciclo termine para enfocarse en otros proyectos. En la fase de guion nació su primer hijo, y durante el rodaje nació su hija. La llegada de ambos en medio de este proyecto en particular le hizo pensar no sólo en que no le gustaría verlos sufrir experiencias como las relatadas en la película, sino en la importancia de ella para sacar los casos a la luz y limpiar a la iglesia de esos personajes, sean cuantos sean. Formado como católico, piensa que ese debe ser el camino en estos casos. Dios lo oiga.

¿Figari the Movie?
En nuestro medio, el sonado caso del Sodalicio representa sin duda muchos años e historias con material de todo calibre, que podría alimentar buenas producciones audiovisuales. Ante esa posibilidad, no faltarán los autonombrados defensores de la iglesia, que sacarán a relucir la ciprianesca frase de «no hacer leña del árbol caído».
A toda esa masa de hipócritas que van a la «Marcha por la vida», pero que jamás han marchado ni marcharán por el encarcelamiento de todos los curas pederastas, hay que recordarles que no es tan fácil hablar cuando se carga una valija tan pesada. Ya en el año 177 EC, el obispo Atenágoras consideraba a los adúlteros y pederastas como enemigos del cristianismo, y los excomulgaba. Durante su primer milenio, la ICAR fue mucho más severa en sus declaraciones sobre los clérigos pederastas de lo que es actualmente. Pero desde siempre actuó del mismo modo: trasladando en secreto a los sacerdotes pedófilos a otras diócesis. Los papas simulaban tomar notas sobre los excesos cometidos, pero no ponían en práctica las recomendaciones. Son entonces casi dos mil años de sostenido menosprecio a las víctimas, de respaldo oficial a los violadores y descarado ocultamiento de los hechos. No, nada es «demasiado» frente a ese abusivo prontuario. Ni una voz altisonante, ni un artículo, ni una marcha, ni un libro, ni una película. O es eso, o que a todos les aten una piedra de molino y los tiren al mar.