Descreídos Martes, 23 noviembre 2021

El cientificismo, una palabra desprestigiada por ser poco entendida

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Hace poco, el periodista René Gastelumendi volvió a revivir en twitter un tema del cual había escrito un brevísimo -y nada reflexivo- artículo, en el diario La República (aquí) de enero de este año, sobre lo que él entiende por cientificismo. Tal vez por la genuina y sana preocupación de ver entre los científicos y tecnólogos actitudes dogmáticas, ególatras, oportunistas y hasta pseudocientíficas (como en aquellos “médicos” que defendían el uso de la ivermectina y el dióxido de cloro durante la pandemia), es que Gastelumendi reacciona y quiere llamar la atención al respecto. Nadie duda de que el entorno académico -y más aún el peruano- esté infectado de estos males; y es que los tecnólogos y científicos son personas con una parte emocional como cualquier otra. Pero ello no debe llevarnos a iniciar una “cruzada” contra la cosmovisión basada en la ciencia -lo que debería entenderse realmente por “cientificismo”- en un país donde la educación (especialmente universitaria) es una de las menores preocupaciones de la población y las autoridades, en un país donde necesitamos que la gente confíe más en la ciencia y sus derivados (como el pensamiento crítico) para que no caigan en la maraña de los fake news y la desinformación.

 

Breve historia de un término vituperado

En verdad, pocas palabras tienen una connotación tan peyorativa como “cientificismo” en casi todas las lenguas: scientism, scientismo, szientismus, etc. Se puede comprobar esto consultando en internet toda una gama de definiciones cuyo punto común es rechazar el cientificismo, referido como una amenaza que hay que evitar a toda costa. Esto se da en artículos académicos, libros de apologistas creyentes y en artículos como los de Gastelumendi.

¿Cómo se empezó a armar esta “mala fama”? Creemos sinceramente que los apologistas cristianos del siglo XIX son los mayores responsables. Pero antes veamos cómo nació el concepto real de “cientificismo”.

Según Bunge, el concepto había nacido en el ala radical de la Ilustración francesa. El cientificismo junto con el laicismo, el igualitarismo, el humanismo y el materialismo fueron conceptos que se gestaron en el grupo radical formado por autores como Diderot, Holbach, Helvetius, La Mettrie, Cloots, Condorcet, Maréchal y Mirabeau. Casi todos ellos fueron ateos y republicanos (enemigos del régimen monárquico), a diferencia del ala moderada de la ilustración que eran más de tendencia reformista. Es de especial mención el manifiesto de recepción a la academia francesa de Nicolas Condorcet (1782). Allí declaró su fe en que las ciencias morales (sociales) seguirán los mismos métodos que las ciencias físicas (naturales), que ya estaba consolidadas para ese entonces con la mecánica newtoniana.

Según Peter Schottler, el concepto inglés the scientism parece tener su origen en la recepción de los debates franceses de la década de 1880 sobre el papel de la ciencia en la sociedad moderna. Pero pronto, en los siglos XIX y XX, se desarrolló una polisemia sobre el término en un entorno de publicaciones religiosas contra-ilustradas. Allí se creó todo su sentido peyorativo que hoy persiste, para verter desprecio y ridiculizar, en esos otros conceptos, a la cosmovisión basada en la ciencia (que es el cientificismo “real”).

Schottler elabora una interesante lista de un minucioso estudio bibliográfico:

Schottler, P., 2013, "Scientistne: sur l’histoire d’un concept difficile", Revue tie Synthese, 134 (traducción: elogio del cientificismo, pág. 40)

Schottler, P., 2013, «Scientistne: sur l’histoire d’un concept difficile», Revue tie Synthese, 134 (traducción: elogio del cientificismo, pág. 40)

 

El ridículo demonio creado por los creyentes y filósofos anti-cientificistas: El cientificismo ingenuo.

Todas las palabras con el sufijo “ismo” refieren a una doctrina o ideología. Aceptamos que el “cientificismo” no es ciencia, pero tenemos buenas razones para creer que tampoco es una ideología, sino algo más parecido a un método para analizar y valorar al mundo: una cosmovisión basada en el razonamiento inductivo y que parte de la observación científica de la realidad.

Como habíamos dicho, este significado había nacido durante la ilustración, pero los ideólogos anti-cientificistas (generalmente creyentes) crearon una polisemia del término para desprestigiarlo. Podemos ver esta clara intención en las palabras del pastor luterano Joseph Augustus Seiss cuando escribe en 1865: “Entre las causas activas de todo esto se nos advierte de cierto cientificismo y naturalismo jactancioso y descarado que no duda dogmáticamente en negar las doctrinas de la fe.”

Seiss,1865, The Apocalypse, vol. II, Charles C. Cook, Nueva York

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Libro Elogio del cientificismo de la editorial Laetoli

Entre los significados malintencionados del término, que podríamos llamar “cientificismos ingenuos”, podemos mencionar:

Creer que la ciencia es el único conocimiento válido posible.

Así caricaturiza Sara Maitland, citada por Gastelumendi, a los cientificistas cuando escribe: “el cientificismo suele desdeñar disciplinas como la filosofía o la historia, afirmando que todo aquello que la ciencia no puede demostrar, simple y llanamente, no existe”.

Debemos aclarar que, un cientificista serio, cree que la ciencia proporciona la mejor manera de conocer al mundo real en todos sus ámbitos, más no afirma que la ciencia es la única manera de conocer la realidad. A esta podemos acceder mediante el sentido común (por poner un ejemplo) y este puede proporcionar conocimiento válido.

Creer que la ciencia es la solución de todos los problemas prácticos.

Esta creencia ingenua no distingue entre ciencia y tecnología, que es el diseño de procesos materiales o mentales basados en la ciencia a fin de lograr una utilidad. La ciencia no resuelve, pues, ningún problema real. La tecnología, que es una de las “hijas” deseadas de la ciencia por la cual ésta se hizo un discurso hegemónico, resuelve esos problemas. Un cientificista serio sabe que, cada vez que la tecnología resuelve problemas o la ciencia conoce más, surgen nuevos problemas y nuevas preguntas, razón por la cual nunca podremos resolver “todos los problemas” ni conocer “todo”. El cientificismo puede aceptar, sin ningún problema, que la descripción del mundo por parte de la ciencia siempre estará incompleta. Pero no por las ridículas razones que insinúa Gastelumendi cuando escribe: “De otro lado, la descripción científica del mundo por parte de la ciencia es incompleta, pues no incluye los fenómenos mentales: el pensar, el querer, el desear, etc., al menos por ahora”. Los fenómenos mentales no están fuera del ámbito de la ciencia (ni siquiera “por ahora”), ya que la neurociencia los está explicando satisfactoriamente. Este es otro prejuicio que no debería ser extendido en nuestra población.

El cientificismo Metodológico: el correcto.

Un real concepto de cientificismo, que se acerca al ideal ilustrado que lo hizo nacer, es el del diccionario de Lalande. Según éste el cientificismo es “la idea de que la mente y los métodos científicos deben extenderse a todos los ámbitos de la vida intelectual y moral sin excepción

Lalande A. (1926) “Scientisme”, Vocabulaire technique et critique de la philosophie, Paris, PUF, pp. 960-961. Pag 960, sentido 2.

Por “mente” se refiere a la mente de la ciencia (o “espíritu” de la ciencia) aquella parte esencial que es en sí su método. Así lo expresan el físico Marcel Boll que cito: “El término ‘cientificismo’, que el sentido común utiliza tan mal, es el único que expresa que el espíritu y el método científico deben ser extendidos a todas las áreas del pensamiento, sin ninguna excepción o restricción mental” (Boll M. (1939) Les Quatre Faces de la Physique, Paris, Éditions Rationalistes. Pag 30). Y también Mario Bunge: “Para innovar en las ciencias jóvenes es necesario adoptar el cientificismo. Esta es la tesis metodológica de que la mejor forma de explorar la realidad es adoptar el método científico” (Bunge M. (2012) Evaluating Philosophies, New York, Springer. Pag 24).

Obviamente, esta acepción ha encontrado feroz resistencia de las corrientes filosóficas anti-ilustradas (casi todas las de la filosofía continental) y de los apologistas creyentes. Los primeros quieren evitar la intrusión del método de las ciencias naturales en la historia, la sociedad y la filosofía. No desean que la filosofía sea una “sierva de la ciencia” como lo fue en la edad media del cristianismo: desean su “independencia”. Los segundos ven amenazadas sus creencias espirituales al ser éstas sometidas al análisis del pensamiento crítico, que es una forma de extender el “método científico” hacia ámbitos que sólo creían reservados para sus deidades.

No es mi intención extenderme más sobre una contundente respuesta a ambas tendencias anti-cientificistas. Para los interesados, voy trabajando en una tesis de magister sobre el tema que tendré a mucho gusto publicar a su debido momento. Por ahora, diremos que el cientificismo real, ese que defiende el humanismo secular, consiste en considerar que los métodos que las ciencias usan para describir -con probado éxito- nuestra realidad, así como sus mecanismos lógicos (método hipotético-deductivo) y sus presupuestos metafísicos (naturalismo, realismo, etc.) pueden y deberían extenderse hacia los ámbitos que están fuera de los límites teóricos o prácticos de la ciencia, como una mejor manera de afrontarlos y llegar a respuestas más razonables que las que nos proporcionan las pseudociencias, el espiritualismo y la religión. Esto es precisamente aplicar una gran inducción, que a todas luces nos parece muy válida.

Para terminar, diré que en un país en donde pululan los detractores del enfoque de género, creacionistas, creyentes en pseudociencias, horóscopos, trivializadores de la psicología, anti-vacunas, chamanes, etc. , deberíamos más bien incentivar, en la población, la confianza en la ciencia con sus poderosos métodos que han demostrado ser los más efectivos en sus ámbitos. Y no reforzar los prejuicios que hay contra el cientificismo.

Henry Llanos (1)